Conducción hacia la locura

El lugar me parecía desagradable. Aún no entendía muy bien qué hacía allí pero el magnetismo de Erik siempre provocaba situaciones adversas para mi conciencia. El olor a legía y perfume de invierno penetraba por mis fosas nasales marchitando mi pituitaria. Él me miraba con ojos lascivos y media sonrisa mientras esperábamos en un sillón de terciopelo rojo que llegase nuestro turno.

Era normal que tuviese ganas de hacerme el amor. Pasábamos horas al lado el uno del otro y aún no nos habíamos ni tocado. El látex negro que me había hecho vestir se pegaba tanto a mi piel que se imaginaban unos pechos turgentes y un glúteo bien puesto bajo esa segunda piel. Erik lo llamaba catsuit pero para mí era una prenda creada por el mismo demonio.

Desde que llegué a Rotterdam mis experiencias sexuales se habían disparado si las comparo con las de mi pueblo en Soria. Del pajar a un lugar secreto en donde los hombres van enmascarados y las mujeres se aprietan el torso con corsés y trajes tatuados. Una campana nos avisó que llegaba el momento. Mis piernas tiritaban y los chasquidos de mis dientes delataban ese pequeño tufo a miedo e incertidumbre al no saber qué era lo que me esperaba tras las cortinas de aquellas estancia.

Una mujer bellísima, de unos 40 años, nos invitó a pasar al interior. En el habitáculo decenas de personas disfrutaban de bacanales aderezadas de orgasmos y champán. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo. Individuos teniendo sexo disfrazados de amas, amas fustigando a hombres con máscaras de cerdo y yo, María, la más recatada de Castilla, dejándome penetrar por los deseos más lujuriosos de ese local.

Erik me ofreció una copa y a pesar de que nunca bebo, dejé llevarme por los delirios de Baco. Tras brindar y poseerme por el dios del alcohol me beso enérgicamente. Mientras con una mano sostenía la copa con la otra me abría la cremallera paralela a mi monte de Venus. La liberación del látex fue tan agradable que me dejé llevar por la situación más inhóspita en la que me había encontrado en mi vida.

Todo mi sexo estaba cubierto del sudor culpa de la cárcel plástica en la que se veía encerrado. Eso hizo que Erik sacara su lado Vikingo y comenzara a meter sus dedos en el interior de mi vagina. Alrededor de mí otros se masturbaban, miraban o salivaban ante los gemidos de mi hombre. Yo, entre la excitación y el delirio, rezaba para nadie ninguno de estos pecaminosos seres quisiera participar de mi sexo con Erik, hasta que llegó Berniss.

¡Qué gran paradoja la de esta mujer! Imposible ver su rostro tapado por una máscara veneciana y desnuda de cuello para abajo. Me apartó de Erik, lo llevó a un sillón cercano y sin más dilación comenzó a tirárselo delante de mis narices. Yo mientras observaba como su culo se movía hacia arriba y hacia abajo, escondiendo y liberando con cada movimiento el pene de mi chico. Llorar, reír, escapar o participar. Erik me miraba mientras embestía a la rubia de ojos de gata. Dicen que ''allá donde fueres, haz lo que vieres'' y eso fue exactamente lo que hice.

Mi vikingo me hacía muecas con cara de placer y con el dedo me obligaba a ser parte de la relación sexual que mantenía con aquella desconocida. Paso a paso me encaminé hacia donde estaban, recobré el tacto de mi piel quedándome totalmente desnuda y elegí de entre todos los hombres al que se hallaba vestido sólo con una capa dorada. Su torso se pegó a mi pecho, me levantó del suelo y comenzó a penetrarme mientras yo volaba por los aires.

En ese preciso momento Erik gimió fuerte, como si hubiese llegado al orgasmo, pero cuál fue mi sorpresa que el gemido tenía que ver más con celos que con placer. Se dirigió hacia nosotros, retiró el pene de aquel individuo y comenzó a penetrarme con la mirada fija en el hombre. No puedo decir que la situación no me resultara excitante pues mentiría por lo que permanecimos así hasta que llegamos juntos al orgasmo.

En el coche de vuelta a casa mi mente se perturbaba recordando cada instante de aquella velada. Entre la vergüenza y el deseo Erik me cogía fuertemente de la mano a la vez que ponía la marcha. ¿Cambiará en algo mi relación con él después de lo sucedido? ¿Se enterarían en mi castizo hogar en lo que me he convertido? El miedo se apoderaba de todo mi ser. Desde que conocí a este hombre, contratado por mi padre, sólo hemos mantenido la relación que se suele tener con un chófer. Él me conducía de casa a la universidad y de la universidad a casa. No puedo mentir si digo que nunca me había fijado en él. Está claro que quiero seguir a su lado para que me conduzca a los lugares más extraños y me haga disfrutar del sexo como lo ha hecho esta noche pero a partir de ahora sólo para mí. Espero que mi padre nunca llegue enterarse de esto...Si llegase a enterarse...

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