Desayuno con mi amante

Ella se encontraba sentada frente a mí. La cafetería estaba a rebosar de personas que a media mañana se volvían locas por un café que les despertase de otro lunes monótono de invierno. Yo, sin embargo, había decidido tomar un zumo...

Desde que me ascendieron en la empresa a director de Recursos Humanos me había vuelto una persona cerrada y encerrada en mí mismo pero aquel día me levanté con ganas de cambiar el rumbo de las cosas. Empecé cambiando el amargo de la cafeína por el cítrico de la naranja. Un pequeño gran paso.

Mientras saboreaba el desayuno recordaba que ya hacía seis meses que no me llevaba una mujer a la cama. ¡Con lo que yo había sido hace años! Mi nuevo puesto me destinaba al banquillo de los solteros maduritos y de las masturbaciones nocturnas. Ya sabéis, aquellas pajillas que sólo sirven para coger el sueño de madrugada. Aparté el periódico de mi frente y pillé de nuevo a la mujer mirándome de reojo. A veces es divertido constatar que quien tuvo y retuvo y, como tal, mi arma de cazador permanecía intacta.

Comenzó a tocarse el cuello. Fino como el de un cisne pero contracturado como el de las raíces de un bonsái. Quizá la chica de la trenza de espiga, espía de mis actos, pasaba por un momento parecido al mío. Sola, estresada y solterona. Con ansia de sexo. Se refrescó los labios en lo que parecía un Martini y mientras sus pupilas se clavaban en las mías mordió su carnosa boca como si se tratase de una señal desesperada. Torciendo la mirada a la vez que realizaba un raspamiento con la barbilla me señaló los baños. Pidió la cuenta, se levantó y con paso firme se dirigió al escusado.

No sé muy bien qué hizo que imitara sus actos pero logré en tan sólo 30 segundos dejar cinco euros al camarero y llegar a la puerta del baño de mujeres. Al entrar no había un alma. Sólo un zapato de tacón negro que sobresalía de uno de los lugares destinados a los retretes. Vacilé un par de veces hasta que la puerta se abrió por sí sola.

-¡Ven!, ordenó una voz femenina.

La desconocida ya se había deshecho de las medias que encarcelaban sus piernas pero la falda de tubo que vestía aún permanecía intacta sobre sus muslos. La miré, nos miramos y una fuerza se apoderó de nosotros. Sin un nombre, sin una cama y sin medias. Sólo envueltos por el deseo de poseernos el uno al otro sin necesidad de contratos. La cogí a horcajadas y aparté el tanga para meter mis dedos en su vagina. A pesar de que ya estaba mojada emitió un grito ahogado. Pensé que me había sobrepasado pero la idea salió de mi mente en el momento en el que desabrochó los botones de su camisa de la que emanaron dos turgentes y pálidos senos. Sin apartar mi vista de ellos comencé a penetrarla con fuerza. Por cada embestida, un golpe en la pared. Podía notar cómo los músculos de sus glúteos se contraían cuando chocaban contra el muro del baño.

Jadeo tras jadeo, me pedía más. Sabía que estaba al límite del dolor y eso me hacía más fuerte. Le di la vuelta e hice que subiera una de sus piernas a la taza del inodoro. La penetración era tan intensa que podía sentir como llegaba a lo más profundo de su sexo. Bajando la cabeza separé los dos carrillos de su culo para poder ver con más claridad su vagina. ¡Hacía tanto tiempo de esto! Tres, dos, uno... ¡Sí! El orgasmo fue tan brutal que no pude evitar gemir como una bestia. Fue en ese mismo momento, y de una manera muy rápida, cuando ella tiró de la cisterna para que no se escuchara cómo mi deseo ahogado huía por las cañerías del local.

Mi desconocida se subió el tanga, logró atinar con las medias y, con los dedos aún temblando por la excitación, pudo abrochar cada uno de los botones de su camisa. Mientras tanto yo también me vestía. Ella salió primero del baño. Aguanté un minuto más. Al volver al exterior el mundo frenético permanecía como si nada, enloqueciendo en esa mañana fría de enero. Sólo un detalle me hizo volver a la realidad. El momento en el que la mujer a la que me acababa de tirar en el interior de la cafetería abría las puertas de un coche y besaba al que supuestamente, pensé, era su marido.

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