El secreto de Adán

La mejor sensación de la mañana era la de levantarme y oler las sábanas de satén de mi cuarto. Su perfume había colonizado toda la cama y yo conseguía hundirme en ese aroma mientras intentaba ponerme la bata.

Con mis pies desnudos conseguí rozar el suelo. Aquella mañana hacía frío pero era agradable sentir como la brisa se colaba entre mis piernas. Me dirigí hasta la cocina y allí estaba Adán preparándome el desayuno. En esta ocasión era café de Colombia. Cada vez que viajaba conquistaba mi casa de productos exóticos de los países en los que aterrizaba. Como buen piloto sabía cómo despegar mis ganas de sexo.

Con la toalla blanca aún enroscada en su cintura, una gota de agua manando de su cuello y borboteando por su espalda me dio los buenos días y yo le respondí saciando mi sed con un lametazo en la curva de sus dorsales.

El cosquilleo de mi lengua y el sonido del café brotando de la cafetera hicieron que diera un respingo obligando a que la única tela que cubría su sexo quedara relegada a la altura de sus tobillos. Fue en ese momento y tras apagar los fuegos cuando se giró y me besó de forma desenfrenada. Su lengua gorda me penetró hasta la garganta y cuando se cansó de violar mi campanilla comenzó a morder mi labio inferior. Él sabía lo que me ponía caliente sobre todo si con una mano apretaba mi cuello fuertemente contra la pared.

Parece mentira que supiera tratar a las mujeres como princesas o, al menos, esa era la fama que tenía en la isla pero lo realmente fuerte era cuando me empotraba contra la pared o me hacía lamer los frisos de mi casa si me ponía a cuatro patas. Esta vez sólo quiso que ardiese y así, con los pies descalzos y el batín entreabierto mi giró contra la vitrocerámica y comenzó a penetrarme por detrás. El calor de la cocina subía y aumentaba el color de mis carrillos. Era demasiado para mí. La fortuna había llamado a mi puerta pero por otra parte me sentía la persona más desgraciada del mundo.

Cuando dices a todo el que te rodea que te has enamorado de un piloto de avión te contestan con un "¡cuidado!" o directamente afirman los cuernos que vas a tener de por vida. Adán no iba a ser diferente al resto y no podía pedir más a la relación que llevábamos y menos aun siendo yo un hombre.

Permaneceré escondido y encontraré la forma de que siga viniendo a mi dúplex. Quiero acorralarlo y hacerle sentir como ninguna mujer en el mundo lo hace. Él no quiere salir del armario y yo no quiero sacarlo de mi casa. Deseo que me regale sus mañanas libres y vernos a escondidas. A veces es como si fuese el amante de un hombre casado. Posiblemente como hombre sólo sea capaz de follar conmigo pero yo permanezco haciéndole el amor.

Mientras pensaba en todas estas absurdeces, él seguía cubriéndome de su energía. Sus gemidos delataban su poder como hombre pero a la vez le convertían en mi víctima y en la de toda una sociedad que sumida en el silencio conseguía que Adán me brindase estos momentos de secreto y locura.

Me dio la vuelta de nuevo y volvió a besarme mientras se masturbaba. Se desprendió de su preservativo y acabó en mi vientre. Me abrazó. Notaba su fluido rebasando la línea del mal de mi cuerpo. Nos miramos a la vez que respirábamos aroma a Colombia y después de darme un abrazo inmenso se fue a la ducha. Mientras me limpiaba el cuerpo de sus huellas me percaté de que su camisa estaba tirada en el suelo. Sonreí. ¡Es el hombre más caótico del mundo! Algo torció mi boca hacia el suelo. El blanco de la prenda delataba el carmín de alguna mujer. Brasileña, Noruega, China…Otra más. En otro lugar del mundo.

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