Intimidad adictiva

Hacía ya seis meses desde que mi mujer me dejó por su compañero de baile, y en mi mente sus caderas contorneándose hacían girar mi cabeza. Los recuerdos se abalanzaban y, mientras, mi soledad y yo brindábamos por los nuevos tiempos. Tiempos en los que había comenzado a cambiar mi ropa interior por las braguitas de mi ex…

Lo cierto es que seguía enamorado de un fantasma que había sido cruel conmigo, y aun así insistía en visitarme cada noche con la careta de lujuria que hacía temblar mis huesos. Se manifestaba en forma de deseo sexual. En mis sueños su cuerpo desnudo se curvaba enroscándose entre las sábanas. Me gustaba observar por encima de la tela los pezones turgentes intentando rasgar el hilo para hacerse ver en la oscuridad. Y ese olor, el del narciso mezclado con sexo, impregnando todo el ambiente, invadiendo de feromonas la estancia.

Despierto y no estás a mi lado. Estiro los huesos y te vuelvo a pensar. Sólo me queda una cosa que hacer para llevarte conmigo. Me dirijo hacia el cajón de tu ropa interior. Cuando te marchaste de forma precipitada olvidaste un par de bragas y tres tangas en la lavadora. El sostén que también guarda el cajón no es tuyo pero lleva tu perfume. Después de darme una ducha quedará impecable sobre mi cuerpo y serás el talismán que necesito durante el día.

No es muy cómodo llevar sus braguitas por eso me las pongo sobre mi ropa interior. El sostén me queda bien. Entre que no soy fornido y que tú tienes un gran pecho da el pego. Sí…te llevo conmigo. Me miro delante del espejo y comienzo a tocar suavemente el encaje negro del sujetador. Cierro los ojos mientras recuerdo cómo eran nuestras primeras veces. Tan húmedas y vibrantes que volvías a casa sin ropa interior. Mojada por el deseo preferías dejarla en la basura a que te pillase tu madre, pero lo que no sabías es que cuando volvías a tu hogar rescataba tu intimidad de entre el hedor inmundo de los cubos.

Siempre fui fetichista de tu ropa interior, que no de la ropa interior. Pero lo que no logro entender es que a ti no te eché de menos. Es lo normal cuando te rompen el corazón después de veinticinco años. Sólo añoraba tu lujuria y lo animal que eras en la cama. Y tus bragas. Siempre tus bragas. Rojas, negras o con puntilla blanca. Durante un tiempo las compartí con otros hombres pero estas, las pocas que tengo ahora, son mías.

Te llevo durante el día, al trabajo, a las comidas de empresa e incluso al gym. Y por la noche…cuando necesito una copa tu sostén se viene conmigo para olvidar las penas. ¡Me pone tan cachondo llevarte encima que hasta pienso que te tengo retenida en mi mente, en mi cuerpo, en mi vida! Me excita hablar con la gente y que el hilo de tu tanga apriete mi escroto. Me causa un placer inmenso que tu ropa interior presione mi perineo y que cuando menos me lo espere, ante un roce inoportuno o un giro del destino, o de la tela, pueda llegar a verterse mi pensamiento ensuciando de deseo mi pantalón. Nadie sabe mi secreto. Nadie conoce mi afición al crossdresing.

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