Lleno, por favor

El piloto de la reserva se había puesto en rojo. “¡Mierda!, tendré que parar de nuevo a echar gasolina”. Atrás, a más de 800 kilómetros, olvidaba a una ex mujer despechada, una suegra loca de atar y un perro que no paraba de romperme los calzoncillos. Si no paraba en la siguiente área de servicio me quedaría tirado en mitad de la carretera. El siguiente desvío estaba a tan solo 150 metros..., no dudé en desviar el sentido de mi marcha.

La gasolinera era quizá una de las más oscuras en las que había estado en mi vida y de no ser por los alógenos del local de enfrente apenas tenía visibilidad para llenar el depósito. Mientras el contador corría me relajé mirando alrededor. El cansancio hacía mella en mis párpados y por un momento creí que la señal que mis ojos mandaba a mi cerebro era errónea. A lo lejos, y sentada en los escalones de acceso al pub de las luces de colores, se encontraba una mujer que me llamaba con el dedo índice de su mano.

Aparqué el coche en la oscuridad y me dirigí al interior del local. Nunca antes había entrado en un lugar como ese pero fue como teletransportarme a los años 80. Cuero, laca y una esfera de cristal girando de la que emanaban destellos cegadores. La mujer de tentadora mirada estaba postrada sobre un pequeño sillón acolchado.

Me animó de nuevo a que me dirigiera a ella. Como en una nebulosa me encontré sentado sobre estos mismos aposentos pero esta vez ella se abría de piernas encima de mí. Al rozar su vagina contra mis doqkers color crema observé que no llevaba ropa interior pues su fricción me había dejado una mancha húmeda que comenzaba a calar en mis muslos.

Mi pene aumentaba de tamaño de forma considerable y pensé que si el movimiento no cesaba me iba a estallar la cremallera del pantalón. Finalmente fue ella, con un ligero movimiento de manos, la que consiguió liberar mi pene y enseñarlo al personal que estaba presente en el local. La situación era tan excitante que no me importaba que otros hombres me mirasen, es más, deseaba que lo hicieran por lo que levanté la falda de la mujer y abrí su vagina con mis dedos para que el público fuera consciente de mi estado de desenfreno.

Sus gemidos la comenzaron a delatar fruto de la masturbación. Me estaba dejando los pantalones perdidos por lo que decidí parar la situación y dirigir su boca hacia mi miembro. Allí, en cuclillas, comenzó a hacerme la felación más brutal que jamás nadie me había hecho en la vida. Ella me miraba con los ojos espatarrados mientras deslizaba su lengua por mi glande. No me gustaba tanta atención por lo que decidí bajar sus párpados y hacer que todo su maquillaje se fuera al garete mientras que el rímel se mezclaba con la saliva de su boca.

Aún no había podido verle las tetas pero no era un problema pues de su camiseta de rejilla escapaban dos turgentes y oscuros pezones que manipulé a mi antojo durante minutos. De repente, volvió a meter mi miembro en su boca, hasta la garganta y yo no pude más. Intenté sacar el pene de su interior pero fue demasiado tarde.

Entre el orgasmo y la situación, ahora sí de vergüenza, comencé a reírme a carcajadas por el pensamiento más absurdo que seguro podía pasar en estos momentos por mi cabeza: el símil de la gasolinera con el de una felación. Sólo habría hecho falta que me dijera ``lleno, por favor''; la diferencia en que en las dos ocasiones me tocó a mí pagar la cuenta.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento