Mi adicción al sexo

Era bastante tarde. Lo suficiente como para saber que la vuelta a casa iba a ser dura. No volveré a beber, lo juro. Me di la vuelta y justo a mi lado derecho una mujer sin nombre. Morena y con el pelo ondulado. De nuevo volví a caer en mi propia trampa…

Me llamo Joaquín y soy infiel por naturaleza. Jamás he podido tener una relación formal y de hecho desistí en ello hasta que cumplí los treinta y dos. Fue entonces cuando conocí a Lucía, una sevillana de alegres pechos y sonrisa interminable a la que acabé amargando la vida con mis idas y venidas. A veces pienso que estoy enfermo. Mi adicción al sexo me ha convertido en la persona más despreciable del mundo. ¡Qué ironía! ¿No? Si lo único que quiero es derrochar amor, aunque sea por los genitales.

Aquella noche no había sido diferente a la de las últimas tres semanas. Durante los primeros siete días, Lucía me esperó en casa con la cena hecha. Hoy sólo me espera una pequeña carpa naranja y las ganas de meter la cabeza en un hoyo como las avestruces. Cogí mi maletín y salí del trabajo. Al principio me dejaba caer por lugares en donde ligar a golpe de tarjeta es fácil pero ya me he cansado de pagar por echar un polvo. Demasiado fácil.

No lo puedo evitar. Me gusta el cortejo, me excita saber cómo ellas mojan sus braguitas cuando les mimo con palabras bonitas. Es más, me empalma el hecho de que esta misma prenda se quede olvidada en mi casa. Usada, por supuesto. Lo sé, soy un ser despreciable pero mi culpa es no saber controlar mis ganas. Me he llegado a masturbar con las fotografías de las novias de mis compañeros de trabajo, conejitas de Play Boy y en alguna ocasión con la madre de un amigo. ¡Dios estoy fatal!

La chica que se encontraba a mi lado me daba la espalda. Al igual que el resto del mundo. Sólo podía ver parte de su cuello y el pelo. El resto lo tapaba una sábana de satén. No sé qué locura podría haber hecho con ella. Entre mis especialidades se encontraba el cunilingus. Buff… mirar a la cara a una mujer disfrutando de como mi boca saborea su vagina es una de las cosas más excitantes que una persona puede disfrutar en la vida. Quizá tampoco sea tan egoísta pues, disfruto dando el placer y con el placer de los demás. Solo hago daño cuando prometo amor y créanme que lo hago para tener a mis peces, o mejor dicho, a mi banco de peces atrapados en mis anzuelos.

La miro entre la pena y la alegría. ¿Quién será? ¿Cómo se llamará? El alcohol hace estragos más en mi mente que en mi hígado. No puedo evitar darme condolencias al no recordar un lametazo, una embestida… un beso. ¿Pude sentir su sexo derramando pasión sobre mi boca? ¿Fue capaz de probarme y saborear lo más íntimo de mi cuerpo? ¿Cómo serás sus pechos? Los imagino grandes, turgentes. Su pezón erecto y rosáceo seguro me hizo derretirme en deseo pero ahora, ahora no lo puedo recordar y es entonces cuando me quedo nuevamente dormido.

Amanezco dos horas más tarde y toco a mi desconocida. En su lugar un nudo de sábanas y la forma de su cuerpo tatuada en el colchón. Una nota me avisó de su nombre y una dedicatoria me hizo despertar, no sólo de mi sueño, si no también mis recuerdos:

"Me encantó tu forma de hacérmelo". Fdo: Pablo

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