Orgasmo sobre ruedas

Si llegan a decirme que mi primer día en el gimnasio sería uno de los más excitantes de mi vida, no habría tardado 26 años en apuntarme a uno de ellos. Os cuento.

Me llamo Vega y mi vida es bastante monótona, por no decir aburrida. Convivo con mi chico, que es informático, y mis dos gatos que me dan más conversación que mi propia pareja. He decidido hacer deporte para tener un pretexto por el que levantarme cada día, ya que desde que me quedé en paro, veo sentada la vida pasar.

Aquella mañana me puse unas mallas grises y estrechas que me había dejado mi hermana pequeña. No nos engañemos. A sus 18 años le hacen un culo espectacular. A mí estos mini pantalones de goma sólo consiguen que se me note más de lo normal la rajita de mis partes íntimas.

Decido meterme en clase de spinning. La bicicleta y yo nos miramos con cara de pocos amigos. No ocurre lo mismo con el monitor que, con una agradable sonrisa, me dice delante de todos…

-¿Es tu primer día verdad?

Lo ha notado después de haber sacado de cuajo el manillar de la bici. Comienza la clase. El tanga me está matando. Las mallas ejercen tal presión sobre mi ropa íntima que hace que las braguitas brasileñas que llevo puestas comiencen a invadir el interior de mi cuerpo. Con cada pedaleo, aún sobre el sillín, noto como mi clítoris, ahogado, mojado y latente palpita al mismo tiempo que las pulsaciones de mi cuerpo.

Alguien debería haberme avisado de las consecuencias de unas mallas no apropiadas para la clase de spinning. Jadeo sin parar ante la mirada atónita del monitor que piensa que me quedo sin aire por el frenético ritmo de su clase. Me excita pensar poder tener un orgasmo delante de veinte personas sin que ninguna de ellas sea consciente de mi situación.

Comienzo a imaginarme como me lo monto con el hombre que tengo delante. Moreno, musculoso y con las venas de sus brazos a punto de estallar. Sonrío y me tomo la licencia de pensar de qué manera estarán dilatándose otras zonas de su cuerpo. Me encanta su nivel de exigencia. ¿Será igual en la cama? El sudor cae de su frente y no puedo evitar pensar en él sobre mí, dejando borbotones de energía sobre mi pecho y gritando, como ahora lo hace ante su público, ¡seguid!, ¡no paréis!. Un poco más…

La que no puede parar soy yo. Ha pasado media hora de clase y creo que voy a estallar. El calor me invade y mi vagina está tan húmeda que comienzo a mojar el sillín. Puede ser el sudor de mis muslos carnosos al rozar uno al otro o el agua de vida que quiere salir en forma de delirio de dentro de mí lo que me impide parar el deseo de seguir frotando mi vagina sobre el asiento. Ahora no me importa lo que piensen. Sigo ejerciendo presión, cierro los ojos, bajo la cabeza y consigo tener el orgasmo más increíble de mi vida con el ente más inmóvil al que me he enfrentado nunca: una bicicleta estática.

¡Fin de la clase! ¡Buen trabajo equipo! - grita el monitor al que unos segundos más tarde consigo ponerle nombre.

¡Espero que te haya gustado! Me llamo Luca...

Aún aguantando los pequeños calambrazos frutos del orgasmo consigo mediar palabra:

Sí, la verdad es que estoy exhausta...Sonrío y me sonrojo.

Me alegro, espero volverte a ver.

Me consuela pensar que Luca no ha sido consciente del momento sexual vivido sobre la bicicleta pero mi frenesí dura poco. Antes de salir por la puerta, el adonis culpable de que yo aún siga excitada, se gira con voz ronca y me advierte...

Antes de irte, por favor, limpia las marcas del sudor del sillín.

Ojiplática miro la bicicleta, aún mojada y bajo la cabeza hacia mis mallas.

¡Mi hermana no me advirtió que en las prendas grises un orgasmo puede dejar impregnada su marca! Todavía mojada, por el deseo o por el sudor, enrollo la toalla alrededor de mi cintura y me dirijo al vestuario para darme una ducha fría.

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