Sexo a primera vista

Lo mío con los cubatas pasaba de castaño a oscuro. Desde que comencé la carrera de Turismo las noches de desenfreno se habían multiplicado por diez. Rara era la semana en la que no me pillase dos o tres cogorzas, algunas de risas y otras de las gordas, pero ese día la borrachera se me bajó de un plumazo al ver a aquel madrileño bajando las escaleras del pub de la mano de su "pareja"...

Se me quedó mirando a los ojos sin embargo yo, no pude evitar fijarme en la comisura de sus labios. Delante de mí tenía la sonrisa más bonita que había visto en años. Imposible, pensé, al ver como su chica le apretaba la mano mientras se percataba de la situación. Me sentía espiada por sus deseos y a mí me encantaba ponerle a mil mientras me rebozaba bailando reggaetón con un amigo colombiano. De repente, desapareció. Hacer tanto el tonto con otro le habría dado bajón pero ¡qué leche!, ¡este tío iba con regalo…!

Chupito a chupito las canciones sonaban y cuando ya parecía que llegaba el terrible momento del encendido de luces, apareció de nuevo el chico de la camiseta azul esta vez sin novia adosada a su brazo. Como si lo hubiese dejado reservado ocupó el mismo lugar en el que nos habíamos encontrado. Me hizo una señal con el dedo para que me acercase y le contesté con la misma moneda. Fue entonces cuando al chocarnos a medio camino y sin mediar palabra me cogió por la cintura y me abalanzó hacia sus labios. El beso fue tan húmedo que pude notar como un escalofrío se apoderaba de la parte baja de mi vientre. Estuvimos pegados el uno al otro durante minutos y por fin liberó mi boca para empotrarme contra una de las columnas de la sala y comenzar a comerme el cuello. Sabía que todo el mundo nos miraba. Yo nunca había sido de esas chicas que montaban un numerito sexual delante de todos pero el magnetismo de la persona que tenía delante era tan fuerte que me empujaba a seguir aferrada a su cuerpo.

Fue entonces cuando mi amiga Olga decidió romper el momento y gritarme delante de mi público el ridículo que estaba haciendo. "No eran las copas", le dije. Seguro que volvía a estar envidiosa de los tíos a los que me ligaba pero yo no tenía la culpa de tener siempre la cara de estar comiendo limones. Dio un respingo dejándome sola con mi desconocido.

-¿Nos vamos? Acepté invitándole a conocer mi viejo "vintage" pisito de estudiante.

Amanecía entre las venecianas de mi habitación y antes de que pudiera percatarme de la situación Kike ya estaba desnudo de cintura para arriba. Su torso fibroso me incitó al deseo de comer cada uno de los lares de su piel. No bajaría más allá de la cadera, no soy de ese tipo de chicas. Bueno, hasta esta noche tampoco era de las mujeres que se acostaban con alguien a la media hora de conocerlo.

A los diez minutos nos encontrábamos en la misma situación. Desnudos. Acariciaba mis pechos con sumo cuidado. Su lengua sin embargo era mucho más lasciva. El frío del amanecer hacía que mis pezones estuviesen tan puntiagudos que incluso me dolían pero el ardor de su saliva calmaba mi piel. Mientras me besaba buscó con su mano mi entrepierna. ¡Menos mal que ese día me había depilado!, pensé. Por fin sus dedos encontraron el comienzo de mi desenfreno y durante un buen rato me estuvo frotando con las palmas de sus manos.

Por fin dejó en paz mi clítoris y comenzó a penetrarme con sus dedos. Primero despacio y poco a poco más fuerte. Tanto que tuve que decirle que relajara. Lo hizo al penetrarme. No sé en qué momento se había puesto el condón pero me hizo gracia que fuera de color azul.

Fue una inexperiencia inenarrable. Me miraba con esa cara de chico malo con corazón honesto. Su sonrisa delataba que era un buen pieza pero sus manos y su forma de tocarme hacían ver que realmente no había roto un plato en su vida. No llegó a correrse. Con el tiempo me dijo que la situación y mi forma de ser se habían apoderado de su mente dejando inactivo el pajarito. Evidentemente en posteriores matamos al cerebro.

Se marchó dos horas más tarde y esperé su llamada hasta la noche. Volvió a llamarme en los días sucesivos y así hasta hoy. ¿Quién dijo que no existen flechazos? ¿Quién no cree en los polvos de una noche? Yo pude encontrar el amor verdadero en una persona en quién jamás me habría fijado. A veces la vida es así. Caprichos del destino.

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