Adoptando un recuerdo

Mis ojos se iban cerrando con cada toque de teclado. La noche avanzaba de forma vertiginosa. El artículo debería estar acabado antes de las seis para enviarlo a redacción. Hoy tocaba hablar del riesgo bacteriológico de determinados alimentos en contacto con aguas fecales. Apasionante. Cuando mis párpados no podían más, un mensaje en Facebook sobresaltó mi corazón…Era María, la mujer de mi vida.

Después de seis años María aparecía como un fantasma. Como siempre divertida y estratégicamente inteligente. Me preguntó por Cuco, nuestro perro. Salivé y recordé el día en que lo adoptamos…

Yo todavía vivía con mis padres. María sin embargo no sólo llevaba 7 años fuera de su casa sino que también me llevaba 10 años de edad. Cuando nos conocimos nos enamoramos en un instante. Todo el mundo nos aconsejaba dejarlo, por aquello de la edad, pero lo que no entendían es que nos enganchaba algo más que el amor.

En el sexo María era la mujer más ardiente del mundo. Con ella comprendí que el pudor es tan sólo una palabra y que la innovación en el sexo no es una utopía fruto del bolígrafo de redactoras de revistas femeninas. Hay veces en la vida en las que chicos como yo pensamos que lo tenemos todo, que sabemos más de la vida de lo que podemos aprender, hasta que se cruza una mujer como María.

Aquella mañana nos levantamos temprano. La forma de sus pechos seguía calcada en las sábanas una vez que salió de la ducha. Me encantaba oler el aroma a Narcisos que dejaba impregnado en la ropa de cama. Apareció por el cuarto aún mojada y me pidió con la toalla en la mano que secara su parte más íntima. Sin vacilar ni un momento restregué entre sus muslos el trozo de tela que más tarde utilizó para taparme la cara.

Totalmente invisible María se encargaba de que mis sentidos rozaran su máxima amplitud cuando degustaba mi miembro. Era algo que le encantaba. Casi a punto de rozar el éxtasis solía ponerme en pie, mirarme a los ojos y regalarme media sonrisa. Me la comía a besos con cada mueca de sus labios.

El día de la adopción de Cuco dejé los besos de lado y desayuné entre su canalillo. Me encantaban sus pechos. No eran demasiado grandes pero tampoco pequeños. Un par de melocotones jugosos que churrepetear hasta quedar saciado. Ella gemía de placer cada vez que mi lengua succionaba sus pezones. María disfrutaba de mi boca pero aún más mandando en el sexo. Ese martes me puso de pie y me llevó hasta el baño.

Hacerlo delante del espejo era uno de nuestros ítems más sagrados pero algo varió aquella mañana; los ojos que se acercaban más al espejo del lavabo eran los míos. María se colocó detrás de mí y me bajó los calzoncillos. Guardado en el plato de ducha escondía un arnés con un gran falo adosado. En ese momento quise salir corriendo, meter la cabeza debajo de la tierra, volar por la ventana y estamparme contra el asfalto de la calle pero en ningún momento dejarme ser penetrado por un pene de goma.

¡Déjate hacer!- Me dijo María. Y me dejé hacer.

Fue poco a poco para no hacerme daño. Comprendí que no era la primera vez que lo hacía y cuando imaginé que antes ya lo había probado con otras mujeres mi excitación me la puso dura. Llegué al orgasmo más heavy de mi vida. No sé muy bien si por el momento arnés o por la maniobra de sus manos mientras me penetraba. Fue increíble, maravilloso.

Una ducha, un café y la adopción de Cuco. Permanecimos juntos tres meses más. Sin arneses de por medio. Un día María se levantó de la cama y se fue sin ducharse. Al cerrar la puerta de su casa comprendí que jamás volvería a atravesarla. Después de diez llamadas sin contestación se fue de mi vida. Ahora aparecía con forma de mensaje en una red social. Su recuerdo inundó mis pensamientos y también la silla sobre la que trabajaba.

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