Complaciendo en la 310

Mis tacones sonaban en la entrada del hotel avisando en recepción de la llegada de un nuevo cliente. A mi edad y casi a las puertas de los 45 me sentía como toda una quinceañera. Un encuentro furtivo que me hacía sentir excitada por fuera e intranquila por dentro. Sabía dónde tenía que ir. Sólo debía coger el ascensor de la derecha y marcar el piso tercero. La 310 se presentaba justo en frente del elevador. Una puerta blanca que escondía un secreto en su interior...

Hace 20 años desde que me enamoré por última vez. A veces pensé que determinados sentimientos nunca más podrían apoderarse de mi alma y lo peor es que también lo hicieron de mi corazón. Iba convencida de aclarar las cosas, de poner los puntos sobre las íes pero sobretodo de poner principio o fin a una situación que no me permitía avanzar en mi vida.

Carlos estaba casado y tenía dos hijos. Hace tiempo también olvidó lo que era el amor de verdad pero sobre todo lo que era sentirse atraído por alguien. Quería vibrar a su lado y ese sentimiento era el que invadía cada una de las esquinas de la estancia. Cuando abrió la puerta, su sonrisa iluminó de nuevo mi cara. Por fin le tenía delante. Podía sentir su aliento.

-¡Buenas tardes Señorita Gámez!

Me rodeó con sus brazos encaminándome hacia su boca. Sentí esas mariposas revoloteando por mis entrañas y fluir todo un torrente sanguíneo por el interior de mi vagina. Poco a poco sus labios abandonaron los míos para bajar por el cuello, hasta la nuca, de manera que se erizó todo el vello de mi piel.

Avanzó hasta mis pechos. Me había pedido que llevara una blusa, así sería más fácil acceder hasta mis pezones. Lamió suavemente las areolas, en forma de círculo, hacia un lado y el otro para después succionarlos con la boca. Cada vez la presión era mayor. Me sentía tan excitada que mojé del todo mis braguitas.

Moría de la vergüenza. Se me notaba dócil, fácil de hacer pero llena de deseo. Poco a poco la pasión se apoderó de mi cuerpo y comencé a sentir un hormigueo en mi clítoris. Me dije a mí misma ¡Aprovecha el momento! Y sin cerrar los ojos bajé hasta su pene y me lo metí en la boca. Notaba su gusto a través de los gemidos. Yo quería hacerlo despacio, esmerándome en complacerle pero lo quiso más deprisa cuando con sus dos manos se apoderó de los movimientos de mi cabeza.

Cuando ya no podía más y estaba a punto de correrse me levantó por los hombros y me empotró contra la pared. Totalmente en paralelo al friso comenzó a darme duro. Con una mano me agarraba del cuello mientras que con la otra me frotaba el clítoris. Todo mi ser se quedaba impregnado en la pared. Todo mi sudor en su piel y todo él en mis nalgas.

Al darme la vuelta me besó suavemente en la boca y mirándome a los ojos me dijo: Date una ducha cariño, tenemos que ir a recoger a los niños.

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