Después de la tormenta

Decidimos no movernos de aquel banco a pesar de la que estaba cayendo. Llevábamos años esperando ese momento. Nuestras bocas por fin juntas. Ni la tormenta, ni los relámpagos, ni siquiera el granizo nos despegaba. Era una situación rara. Mientras nosotros estábamos calientes un vendaval a nuestro alrededor nos envolvía con una fuerza sobrenatural.

Tanto tiempo deseándonos el uno al otro. Sin poder ni siquiera rozarnos. Tan sólo viviendo de los cruces de miradas, de las llamadas a horas intempestivas, de los roces de nuestras manos. Le deseaba tanto que no me importaba empaparme. El pelo comenzaba a pegarse en mi rostro. Delicadamente Aitor lo retiraba para poder seguir comiéndome la boca. Su lengua se entrelazaba con la mía y me absorbía entera. Era tan dulce, tan picante.

Me estaba enganchando poco a poco a ese sabor. El elixir de su saliva que pronto acabaría mojando el resto de la piel que quedaba bajo mi chubasquero azul. Con suerte había elegido aquella prenda aquel día. Todo indicaba que llovería. El hombre del tiempo ya lo anunció en la tele. Todo indicaba que le vería a escondidas. Un mensaje de texto, el nombre de un parque y todo nuestro deseo fundido sobre las cuatro patas de aquel banco.

Fue aquel chubasquero que me llegaba hasta las rodillas el muro que resguardó mi sexo de los intrusos. Poco a poco comenzó a bajarme los pantalones y por delante se llevó mis braguitas de algodón. La piel se me puso de gallina con el primer aire que se coló por entre mis piernas pero Aitor supo tapar con su cuerpo lo que el viento quería hacer suyo.

Así fue como una noche de martes cualquiera, ante la penumbra de un pino y un farol entornado en ámbar como nos fundimos en uno por primera vez. Nadie paseaba a esas horas y menos aún bajo la tormenta. Lentamente me penetraba mientras seguía agarrando mi mentón con sus manos.

Una de ella se descolgó de mi cara para adentrarse en las profundidades de mi ropa. Salió de mí para comenzar a penetrarme con sus dedos. Primero uno, dos, tres… dejando el pulgar para acariciar mi clítoris. El ritmo de sus manos era proporcional al de mis gemidos. Cada vez más fuertes. Con la mano que le quedaba libre me tapó fuertemente la boca. ¡Era tan excitante!

Todo mi ser quería que le perteneciera. Sabía que la vuelta a casa iba a ser dura. Nunca antes me había enrollado con un compañero de trabajo y menos aún con una política de empresa en la que me vería en la calle en el caso de que alguien se hiciera eco de nuestra historia. A partir de ahora sabía que mi vida se basaría en encontronazos furtivos pero ¡Qué demonios! Nunca antes me había sentido tan deseada. Llegué al orgasmo mientras a lo lejos un hombre paseaba al perro.

Acaba pronto… ¡Nos van a pillar! y encauzando la marcha volvió de nuevo a penetrarme pero esta vez más rápido. Al acabar me abrazó tan fuerte que sentí romperme por dentro. Quería permanecer rota toda una vida siempre que fuera a su lado pero ya se sabe que después de la tormenta llega la calma y aquel día el cielo escampó demasiado rápido.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento