En cueros con Daniela

Daniela y su hermana eran propietarias de un taller de costura a las afueras de la ciudad.

Todas las tardes recogía a mi chica cuando salía del trabajo ya que la parada de autobús más cercana se encontraba al menos a un kilómetro de distancia. Su hermana, tres años mayor que ella, cerraba el local a veces incluso entrada la madrugada. Casi nunca me hablaba de ella.

La costura era un negocio familiar que había viajado de generación en generación. Mientras Daniela estaba encantada con ello, Dana sangraba de rabia con cada puntada. Ambas eran muy diferentes. Mi chica amable y sencilla. Casi nunca se quejaba de la vida mientras que su predecesora vivía para poner el grito en el cielo con cada nuevo despertar.

Aquella tarde Dani me dijo si podía aparcar y entrar en el taller. Hasta entonces nunca lo había hecho solo por no aguantar las impertinencias de Dana. Pero aquel día fue extremadamente amable conmigo.

Al entrar por la puerta se le inundó la cara con una sonrisa. Su boca era tan exótica que en alguna ocasión me la había imaginado haciéndome una felación. Sus labios recorriendo mi pene. Dejándome marcas de carmín por todo el tronco de mi falo. Sí…

Me abrazó y pude sentir sus pechazos ahogándome el cuello. Ocurría porque la señorita medía casi metro ochenta y cinco con tacones. Un portento de mujer más terca que una mula.

Tras ella me saludó Dani. Tuve que evitar el roce con mi chica ya que se me había puesto dura con el fortuito saludo de su hermana. Ambas se miraron y comenzaron a reír. En ese momento supe que estaba metido en una encerrona.

Me condujeron de la mano hasta el almacén. Me lo había imaginado mucho más pequeño. Era impactante la profundidad de la estancia con el fondo plagado de maniquís. Algunos de ellos estaban completamente desnudos. Otros vestían lencería fina con encajes y aberturas en lugares que debían permanecer cerrados. No pude quitar la mirada de los que se encontraban al fondo a la derecha. Muñequeras de cuero, arneses con penes colgantes, capas de látex y hasta diademas con orejas de gata. Justo estas últimas fueron las que se colocaron en sus cabezas, sobre sus tirantes coletas de caballo.

Delante de mí comenzaron a desnudarse quedándose únicamente con este detalle gatuno. Físicamente tan diferentes como apetecibles. Todo mi cuerpo tembló cuando empezaron a quitarme la ropa a dúo. Permanecimos los tres completamente desnudos durante los minutos que preparaban mi tortura sexual. Me tumbaron sobre el frío suelo de mármol colocándome unas muñequeras de cuero marrón cuyos ganchos usarían para adosarme a la pared. Mientras Dana me enganchaba al muro sus pezones rozaban mi cara a la vez que mi lengua luchaba para lamerlos.

De forma coordinada Daniela me iba atando los pies con cuerdas dejándome totalmente inmóvil. Cuando me habían vencido dos a uno decidieron chupar todo mi cuerpo a dúo. Una empezó por los pies y la otra por el cuello hasta que ambas se encontraron en un mismo punto: mi pene. En ese lugar se quedaron durante al menos veinte minutos. Veinte minutos de placer absoluto de succiones, lametones, saliva y sexo que acabaron con sus caras manchadas de mi placer.

Cuando todo acabó y pude ser libre me dirigí hasta el coche y las esperé con las ventanas bajadas. Dani salió sola del taller. Dana había decidido quedarse un poco más acabando los diseños para su próxima fiesta. Su perversión no tenía fin. Había conseguido dar un giro al negocio familiar cosiendo con hilos de sexo los más depravados diseños, arrastrando a su cándida hermana al mundo del látex, del cuero y… ¿por qué no? De las fiestas nocturnas que se vivían en el interior de ese taller de costura hasta altas horas de la madrugada.

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