Mi trío voyeur

La mañana se levantaba cálida y a mi lado sólo el hueco de dos cuerpos que horas antes lo ocuparon. La noche había sido un desenfreno. Nunca antes había hecho un trío y me pareció la mejor experiencia de toda mi vida. Al principio dudé con lo de compartir a mi chico con otra persona pero después me pareció que había tomado la mejor decisión de toda mi vida. De repente oigo gemidos en el baño. Lo de montárselo por separado era algo que todavía no habíamos hablado…

Puse los pies en el sueño. Descalza intenté desperezarme mientras la luz se filtraba en mi iris y contraía mis pupilas. De no ser por el sudor que me corría por el canalillo haciéndome sentir viva diría que estaba sumida aún en un profundo sueño.

Los jadeos se colaban por el pasillo hasta la habitación. Las emociones comenzaron a brotarme por cada poro de mi piel y supe que nada de lo que me encontraría tras la puerta me iba a hacer ilusión. Una cosa era el juego entre los tres, sumidos en el deseo provocado por el alcohol. Desinhibidos en la noche lo pasamos de lujo sorbiendo de sus pechos mientras ella lo hacía del pene de mi pareja. Eso fue anoche. Ahora no me interesaba que le siguiera disfrutando. Ahora y menos que nunca quería que él se deslizase en su cuerpo.

Al llegar al aseo la puerta estaba medio abierta. Tal era su calentón que ni siquiera se habían parado a pensar que los gemidos se cuelan entre las bisagras. Miré de reojo y los encontré gozando. Más aún si cabe que anoche. Ella de cuclillas le estaba haciendo una felación mientras él la miraba el culo en el espejo. Bueno, el tiempo que no se quedaba perplejo admirando sus bíceps. La mujer, a la que a día de hoy sigo sin poner nombre, sacaba su miembro de la boca para lamerlo suavemente con sus labios. Jamás había visto una cosa igual. A veces en alguna película de cine X había observado cómo las actrices trataban los falos como polos de limón y ella parecía que tenía muchas ansías de calmar el calor de su boca.

Mi chico la cogió por la mandíbula y la levantó del suelo para ponerla mirando al espejo. Tras de ella comenzó a penetrarla mientras le estiraba de la coleta. Estaba hermosa. Parecía que las copas no habían hecho estrago en sus facciones de muñeca convertida en estos momentos en chochona.

No pude aguantar más y comencé a tocarme. Era una especie de querer y no querer, pero la excitación superaba todos mis límites y en esos momentos me los salté de una zancada. Fue entonces cuando dejé de mirar y me sumí en un mundo de sensaciones mentales y sexuales inmersas en un universo depravado de lujuria. En mi nube gemí tan fuerte que sus gritos dejaron de escucharse en la sala. De repente me di cuenta de mi fallo y aparté la mano de mi clítoris. Cuando abrí los ojos de nuevo yacía tumbada en la cama. No hubo mujer, pero sí novio que miraba atónito como su dulce chica se había convertido en una auténtica guarra en sueños.

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