Relato sexual: Cena para dos

Aquella noche salimos a cenar más tarde de lo normal. Miriam llevaba semanas planeando nuestro aniversario...

Yo, después de doce años juntos, no es que hubiera perdido las ganas, sino que había dejado de comprender la excepcionalidad de la fecha.

Después de dos horas en la peluquería y unos 45 minutos en el baño salió como si fuera a actuar en ''Lluvia de Estrellas''. El vaho que emanaba del interior del aseo comenzó a inundar el salón. Estaba realmente bella. Había escogido para la ocasión un vestido rojo con el cuello a pico que dejaba al aire un ajustado canalillo. El vuelo de la falda retaba a los elementos y tan sólo una ráfaga de viento sería capaz de dejarle con el culo al aire. En los pies esos zapatos de tacón dorado con los que tantas veces había acabado desnuda. Me encantaba como le realzaban los glúteos cuando sólo vestía un traje de piel. Estaba claro que esta noche Miriam quería guerra y yo tan sólo sería un soldado al mando de la Capitana General.

Sin embargo, lo realmente impactante no estaba en su traje rojo ni en las sandalias doradas. Al entrar al coche se abrió de piernas y me pidió con voz grave que le pusieran la mano entre los muslos, bien arriba. Me encantaba el calor que brotaba de esta parte de su cuerpo. Yo ya estaba como una moto, pero estallé al palpar que mi chica no llevaba ropa interior.

Me pasé todo el camino desde casa al restaurante empalmado. Tras aparcar tuve que esperar unos minutos para recobrar el estado de letargo de mi miembro antes de salir del coche. Miriam esperaba fuera mientras rebuscaba en el maletero. Lo mejor estaba aún por llegar. Tras cerrar la puerta de mi Mini se acercó mostrándome una especie de pinza de goma con formas redondeadas.

-Es una pinza vibratoria. Hoy tienes el control sobre mí-, dijo. Y después me entregó un pequeño mando a distancia.

Se levantó la falda y metió en su vagina el consolador mientras la otra parte de la pinza rozaba su clítoris. A pesar de la oscuridad de la noche no podía quitar ojo. De nuevo mi pene cobró vida.

Nos dieron la mesa del final. ¡Qué alivio! Pensé. Permití que se mojara un poco dejando el mando quieto durante el aperitivo. Aumentando sus ansias de placer. Un par de cervezas y mis dedos comenzaron a palpar los botones. Mientras nos comíamos las almejas del primer plato la velocidad adquirió sentido y Miriam comenzaba a dar pequeños botes sobre el asiento. Mientras tanto, con mi lengua succionaba la carne del animal imaginando lo que me comería en cuanto llegásemos a casa.

El secreto ibérico casi se le vuelve morcón pasando a un nivel 6 de 10 de intensidad. La cerveza había dado paso a un vino de Oporto que nos hacía subir los calores. Una gota de sudor emanó de su frente para acabar en los labios de Miriam. Sacó la lengua lamiéndose los jugos.

El resto del mundo ya no importaba cuando llegó el postre. Quise parar 10 minutos. No quería que tuviera un orgasmo sin probar el chocolate belga de Casa Quirós. Pretendía fundir su pasión por el dulce con su excitación sexual. La primera cuchara ascendí de nivel hasta el ocho y poco a poco fui aumentando al diez. En menos de tres minutos no pudo más y se corrió dejando el vestido regado de vida. Sus mejillas se había ruborizado entornándose anaranjadas y sus ojos brillaban por el efecto del orgasmo.

Sin duda la mejor cena que tuvimos nunca y en la que fui consciente de todos los porqués que me hacían estar con Miriam. El sexo era uno de ellos. Siempre en la búsqueda de la perfección y el placer de ambos. De la innovación y exploración del deseo. Su belleza, sus tacones dorados o la forma con la que me miraba la colocaban como la mujer más interesante del mundo. Sin embargo, había algo que como persona daba sentido a estos doce años de amor. Una mente privilegia y la inteligencia impecable para poder sacar de cada instante algo que realmente mereciera la pena.

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