Trío en el autobús

La noche era fría para tratarse del mes de abril. Mara y yo cogimos el búho en Cibeles. Demasiadas copas encima causaban mella en nuestro estado de ánimo. Una de las dos no tardaría en dormirse antes de llegar a nuestra parada. Lo que nunca pudimos llegar a pensar es que acabaríamos la faena en las cocheras de la EMT…

Lo peor de salir de fiesta por el centro era que vivíamos lo suficientemente lejos como para pasar encerradas en el bus al menos una hora. Durante ese tiempo Mara no paraba de hablar, de darme besos, de convencerme que volviera con mi ex o de simplemente de lo feliz que sería montándose un trío. Justo esa noche no paraba de bromear con esa fantasía. Muchas veces habíamos hablado de montárnoslo con el profesor de ciencias, con el hippie que nos ligamos en Mallorca e incluso con su primo segundo que era un depravado… pero siempre se quedaba en risas.

Admiraba cómo Mara se reía. Ella sabía lo de mi bisexualidad. Yo conocía lo de sus ansias por follarse todo lo que se menea pero nunca, nunca, llegué a pensar que se levantaría tres paradas antes de llegar a casa para decirle al conductor del bus lo extremadamente húmeda que se encontraba su amiga. O sea, yo.

No sonó la campanilla. Tampoco pulsamos el timbre. De esa manera es cómo el conductor decidió hacer nuestra fantasía realidad y también la suya. En cuestión de minutos Mara le estaba haciendo una felación. El hombre de nombre oculto tocaba la melena enredada de mi amiga mientras yo observaba su anillo de cansado en el dedo. ¡Menudo cerdo!, pensé. Mientras ella seguía con la cabeza entre las piernas del desconocido él me lanzaba miradas lascivas. Una especie de asco y excitación me hicieron dar un paso delante y otro atrás pero sinceramente era el momento ideal para meterle ficha a Mara.

Levanté su falda y bajé las medias al mismo tiempo que el tanga. Acaricié su sexo, depilado, mojado de excitación, caliente de deseo. Tantas ganas la tenía que metí un dedo en su vagina. Sus gemidos pedían más, por lo que seguí con tres, cuatro, hasta que el gordo actuaba a modo de pinza frotando su clítoris.

Mara se dio la vuelta y comenzó a besarme. Cambió el sexo oral masculino por el femenino penetrándome con su lengua. Ella de cuclillas y yo de pie. El conductor del autobús no daba crédito a lo que veía. Se levantó y con el preservativo mojado por las babas de Mara comenzó a penetrarme por detrás mientras mi amiga me chupaba la vagina. Me corrí tan fuerte que lancé un grito al aire. El hombre me estiró de la coleta para acabar con lo suyo mientras mi amiga ajena al orgasmo decidió finalizar por su cuenta.

Cuando ambas nos despertamos en mi a la orden de ¡a comer! de mi padre no cruzamos palabra alguna. Yo sabía que a Mara no le gustaban las mujeres y que no volvería a pasar jamás lo que ocurrió la otra noche en el bus pero sólo era cuestión de tiempo, o de copas, que volviera a caer a mis pies o a los de algún pervertido conductor del búho.

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