Una fantasía depravada

Manuela y yo no éramos una pareja exactamente liberal. Ambos salíamos de fiesta y nos acostábamos con otras personas. Lo sabíamos pero hacíamos la vista gorda.

Las parejas liberales por lo visto suelen hablar de ello. Nosotros lo manteníamos como un tema tabú. Sin embargo, había un pensamiento con el que yo fantaseaba cada día. Cada vez que me masturbaba no podía dejar de pensar en ese momento en el que otro hombre se tiraba a mi mujer mientras ella gozaba sin apenas recordarme ni un instante.

Lo sé. A algunos les puede resultar una situación incluso masoquista pero a mí me ponía como una moto. En algún momento le dejé caer que podíamos hacer un intercambio de parejas. Ir a uno de esos locales en donde poder tirarte a la tía de otro bajo su atenta mirada. Me lo negó hasta en tres ocasiones y desistí en el intento.

Sabía que aquella noche había quedado con otro hombre. Ella me decía que saldría a bailar con unas amigas pero por lo sexy de su ropa interior sabía que mentía al menos que el baile lo hicieran en una barra americana.

Según cerró la puerta esperé unos segundos hasta que bajara su ascensor hasta el garaje. Me dirigí a la puerta para correr al coche que tenía aparcado en la calle. La seguiría y por fin haría mi sueño realidad. Verla disfrutar con otra persona.

Estaba en lo cierto. Había quedado con un hombre, canoso, mucho más mayor que ella. Ambos se dirigieron a cenar a un conocido restaurante de la ciudad. La verdad es que verla reír con otro me molestaba. Nuestro trato solo se basaba en el sexo, jamás en relaciones extramatrimoniales. Les estuve observando desde una mesa alejada del local. Apenas probé la cena pero sí me bebí dos botellas de vino.

Manuela se levantó de la mesa y se dirigió al baño. A los tres minutos su acompañante pagó la cena en metálico y abandonó sus aposentos en dirección al excusado. Entró en el de mujeres. No se había confundido. Le seguí y ocupé en silencio justo el baño que había al lado.

Cuando llegué ya se estaban comiendo a besos. Se escuchaban perfectamente los gemidos de mi mujer por encima de los retretes. No podía verlos pero intuía que se lo estaban pasando muy bien. Que los dedos de ese hombre ya estaban estrujando los pezones de Manuela. Que sus manos apretaban su firme culo y que con sus labios recorría la parte baja de su cuello, como a ella tanto le gustaba.

Pronto comenzaron a escucharse golpes ligeros contra la pared que iban incrementándose al ritmo de su respiración. Empecé a tocarme y una vez más di rienda suelta a mi imaginación. Seguro la estaba poniendo de espaldas a la pared, alzando su vestido ajustado dejando al aire las nalgas. Una palmada…¡¡¡Sí, sigue!!! Deja su culo rojo que ya se lo curo yo en casa.

En estos momentos ya estaría en el interior de ella, sintiendo como todo su cuerpo aprieta su pene con una fuerza vigorosa. No pude aguantar más y me fui en la palma de mi mano. ¡¡¡Horror!!! No había papel suficiente y tenía que salir pitando. Abrí la puerta y me lavé las manos lo más rápidamente que pude pero no tanto como lo hubiera deseado. El pomo de la puerta giró y salieron… Mi cara fue todo un poema y la de ellos para un retrato.

Era el acompañante de Manuela pero la chica que estaba con él nada tenía que ver con mi pareja. ¿Dónde se fue? Se la había tragado la tierra. Llegué a casa con una locura inmensa en mi cabeza agravada por las dos botellas de vino. Mi chica ya dormía plácidamente en la cama. Me sentí fatal conmigo mismo. Una nota en el salón me dejó totalmente K.O.

"Hoy por fin conocí a mi padre. Mañana te cuento"

Y entendí muchas cosas. La primera es que era normal que si este hombre se tiraba a cada tía que conocía en un baño probablemente tuviera más de una hija perdida por el mundo. La segunda es que yo me estaba convirtiendo en un auténtico depravado sexual. Y eso me daba miedo.

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