La verdad sobre ser una actriz porno

Amarna Miller es actriz, directora porno y licenciada en Bellas Artes. Aunque lleva desde los 19 años en el mundo del cine para adultos, todavía tiene que lidiar con los estereotipos que las personas tienen sobre su profesión. Esto le afecta, sobre todo, a la hora de ligar

Me he vuelto perezosa. No hay otra manera de definir mi situación actual: no tengo ganas de ligar. No quiero tener que pasar por una conversación incómoda en la que mi acompañante me pregunte a qué me dedico. Cómo me gano las castañas. De dónde saco el dinero. Mentir o decir medias verdades va completamente en contra de todos mis principios, pero por otra parte me da pánico tener que explicar que soy actriz porno. Sí, me dedico a tener sexo por dinero.

No me mal interpretéis, adoro mi trabajo y me siento completamente orgullosa de ser una trabajadora sexual, pero estoy harta de las miradas de sorpresa, las mandíbulas abiertas, las miradas ojipláticas y los "oh", seguidos de algún que otro silencio incómodo. Sin contar con que para la mayoría de la población mi profesión está plagada de estereotipos, normalmente erróneos y bastante dañinos. En mi experiencia, la cita puede derivar en dos tipos de conversación: preguntas infinitas sobre los intríngulis del negocio (¿Las pollas de los actores son tan grandes como parecen? ¿Los chicos toman viagra? ¿Cómo aguantan tanto sin correrse?) o la sensación de haberte convertido ipso facto en una consejera sexual (Mi última novia no se corría con la penetración. Cómo provocar el squirting. No sé si puedo dar placer a una mujer porque mi pene está curvado en un ángulo obtuso de 23 grados.). Una de cada diez veces me toca aguantar las actitudes paternalistas, los "Te dedicas al porno porque no has encontrado a nadie que te ame de verdad."

Y como no quiero mentir pero tampoco quiero enfrentarme al estigma, prefiero quedarme en casita cultivando orquídeas y dando de comer a los gatos del vecindario. Me he vuelto vaga a la hora de encontrar personas con las que compartir momentos divertidos. Léase sexo. Léase una tarde en el cine comiendo palomitas. Léase una conversación interesante comentando cuadros en una galería.

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Jaure Mur

Cuando reflexiono sobre ello me siento frustrada. Frustrada por vivir en una sociedad en la que estoy y estaré estigmatizada de por vida simplemente por aparecer en internet teniendo sexo delante de unas cuantas cámaras.

Cansada porque haga lo que haga tengo la palabra ACTRIZ PORNO grabada en la frente y esto afecta en la manera en que me relaciono con la gente, y la manera en la que la gente interactúa conmigo. Porque se piensan que tener una cita con una trabajadora sexual va a llevar, sí o sí, a una noche de carnalidad desenfrenada. Porque fantasean con mi personaje delante de las cámaras mucho antes de conocer a la persona que se encuentra detrás de ellas. Porque la intimidad se rompe cuando me has visto desnuda trescientas veces antes de que me haya quitado la ropa delante tuyo. Las primeras cincuenta veces te muerdes la lengua, haces de niñera y explicas de buenas maneras que eres una persona normal y corriente que simplemente tiene un trabajo un poco peculiar. Pero después de unos cuantos años lidiando con la misma cantinela te hartas de tener que dar explicaciones a nadie. Te hartas hasta de hacer el esfuerzo. No quiero acabar dando charlas sobre feminismo pro sex mientras intento tener una cita.

Hace un par de días, durante uno de mis vuelos de Los Ángeles a San Francisco, uno de los auxiliares de vuelo (Alto. Pelirrojo. Atractivo.) apuntó su número de teléfono en una servilleta y me lo ofreció junto a mi zumo de manzana. Le miré, me puse colorada como un tomate y me guardé el papel en un bolsillo pensando en que jamás iba a llamarle. Porque en un 99% de los casos, la cosa iba a acabar mal.

Por este mismo motivo, necesito (Ne-ce-si-to) que mis citas sepan de antemano a qué me dedico. Esto me hace descartar a cualquier persona conocida de forma aleatoria, y afianza mis tácticas de ligoteo a través de internet, con amigos de amigos y en general, gente de ambientes feministas o poliamorosos. No me gusta perder el tiempo, así que me he vuelto extremadamente exigente a la hora de quedar con desconocidos.

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Andrés Contreras

Toda esta situación también tiene sus cosas buenas. La mejor de todas es que, como para poder relacionarse conmigo de forma saludable la gente de mi entorno pasa por una criba minuciosa, al final todo el mundo con el que me junto tiene ideas como mínimo liberales. Léase feministas. Léase pro sex.

Y eso hace que me sienta tremendamente orgullosa de tener un grupito reducido de personas que merecen mucho pero que mucho la pena. Mejor calidad que cantidad.

Siempre que me preguntan en una entrevista qué es lo peor de dedicarme a la pornografía, contesto lo mismo: lo peor de ser actriz porno es cómo la sociedad concibe el trabajo sexual. Lo peor de mi trabajo no tiene que ver con mi trabajo, sino con las ideas y estereotipos que el común denominador de la población tiene sobre él. Y por este motivo es tan importante coger la batuta y de vez en cuando salir ahí fuera y decir "¡Eh! ¡Que antes de ser actriz porno, soy persona! Que voy a hacer la compra, y me gusta recolectar conchas de la playa cuando voy de vacaciones. Que cuando me acuesto llevo un pijama con pelotillas, no un picardías transparente. Que me gusta hablar de novelas gráficas y de cómo la última de Tarantino me ha puesto los pelos de punta. Que soy más (¡Mucho más!) que un cuerpo con agujeros para penetrar."

He aprendido a afrontar mis problemas a la hora de ligar con una actitud calmada, relajada. No busco líos de una noche, que para eso ya tengo sexo casual todos los días delante de las cámaras, sino una conexión mental interesante que nos pueda aportar cosas a ambas partes. Y aunque me haya vuelto perezosa y de vez en cuando me entren arrebatos de frustración desenfrenada, cuando doy con una persona con la que conecto de verdad siento que he encontrado una aguja en un pajar. Y la espera merece la pena.

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